Políticas para recuperar la industrialización

El análisis económico del día. La industrialización perdida 40 años atrás podría recuperarse a través de un conjunto de políticas, en cuya base están ciertas reformas institucionales que garanticen que nunca más tengamos la enorme inestabilidad económica de las últimas décadas.


La nota “40 años sin industrialización” mostraba cómo, a mediados de los ‘70, se perdió el proceso de industrialización que Argentina había logrado durante casi 100 años.

Para recuperar aquella senda de industrialización es necesario un conjunto de políticas, que podrían ordenarse en un trapecio como el de la imagen que acompaña esta nota.

Imagen. Trapecio política industrial v2

En el extremo superior del trapecio se ubican las políticas industriales específicas, que deberían ser de naturaleza diferente a la habitual.

Las políticas industriales han sido pensadas tradicionalmente como políticas proteccionistas, generalmente basadas en el concepto de la “industria naciente”: ramas industriales con menor historia y trayectoria que en otros países y, por lo tanto, con menor competitividad, requieren cierto periodo de protección, vía restricciones a las importaciones, para ganar experiencia y aumentar la competitividad, para que en algún momento futuro esa rama industrial pueda competir sin protección. Ese es el argumento de la “industria naciente”.

Pero suele ocurrir que muchas ramas industriales no sean competitivas por motivos diferentes al de la “industria naciente”. Incluso es natural que la propia protección reduzca los incentivos a innovar y mejorar la productividad, haciendo a las empresas del sector dependientes de la protección de manera permanente. Y para un país relativamente pequeño, la protección puede brindar un mercado demasiado chico para lograr suficientes economías de escala.

Y proteger un sector implica desproteger a otros sectores, porque los recursos productivos se trasladan del resto de la economía hacia los sectores protegidos lo que, además, suele generar ineficiencias en la asignación de recursos.

Con tantas contraindicaciones, no es extraño que este tipo de políticas tenga un historial mayor de fracasos que de éxitos, tanto en Argentina como en el resto de Latinoamérica, donde estuvieron de moda durante gran parte del siglo XX.

Afortunadamente, en los últimos años se han desarrollado enfoques diferentes de política industrial. Por ejemplo, el enfoque de Ricardo Hausmann y Dani Rodrik, quienes proponen políticas industriales focalizadas en la identificación de actividades específicas, de alto valor agregado, que podrían desarrollarse de manera competitiva pero no lo hacen de manera espontánea, como consecuencia de distintos tipos de obstáculos.

Por ejemplo, puede ocurrir que una actividad industrial específica no se desarrolle por falta de recursos humanos especializados para esa producción, recursos humanos que a su vez no se desarrollan porque no existen las empresas que los demanden.

Se trata de círculos viciosos, que pueden romperse mediante la acción colectiva, con el sector privado identificando ese tipo de círculos y las políticas públicas convirtiéndolos en círculos virtuosos. Siguiendo el ejemplo, empresas que producen porque existen los recursos y recursos que existen porque hay empresas que los demanden.

Este tipo de políticas no implica proteger sectores ineficientes, ni desproteger a otros sectores, ni asignar recursos ineficientemente. Implica también la posibilidad de políticas industriales no sólo a nivel nacional, sino también a nivel provincial e incluso municipal. En estos enfoques, de algún modo, se “federalizan” las políticas industriales.

Pero ninguna política industrial específica, ni siquiera con estos enfoques modernos, puede funcionar si no existen políticas horizontales, generales, de fomento a la competitividad, como las inversiones en infraestructura energética, de transporte y de comunicaciones, o esquemas impositivos favorables a la inversión y la producción.

En otras palabras, impulsar el desarrollo de actividades industriales específicas mediante políticas industriales tiene poco sentido si las empresas luego no tienen suficiente energía para producir, o no tienen vías de transporte eficientes para trasladar sus productos.

A su vez, cualquier política de competitividad puede fracasar en un contexto de inestabilidad macroeconómica. No hay mejoras de productividad de la magnitud suficiente para contrarrestar, por ejemplo, un atraso cambiario de 40% o 50%, como ha ocurrido tantas veces en la historia argentina.

Llegamos así a la base del trapecio, con las reformas institucionales que garanticen la estabilidad macroeconómica. Como la independencia del banco central, para que la política monetaria no quede dominada por intereses políticos de corto plazo, o esquemas fiscales, como fondos anti-cíclicos con estrictas reglas que garanticen el superávit fiscal en épocas de contexto económico favorable, para permitir déficit fiscal cuando la economía cae en recesión.

Se trata de instituciones, es decir, reglas, que limiten la discrecionalidad e incluso la arbitrariedad de cualquier gobierno, para evitar los abusos en el manejo de las políticas macroeconómicas que terminan generando alta inestabilidad económica, como viene ocurriendo en Argentina durante los últimos 40 años.

Este último conjunto de políticas, en la base del trapecio, es justamente el que, naturalmente, resulta menos atractivo para los gobernantes. Porque implica restringir su campo de acción.

Pero es el más importante para garantizar que lo que viene ocurriendo en los últimos 40 años, y ocurre hoy nuevamente, no vuelva a ocurrir.

El análisis económico del día. Por Gastón Utrera.