El abuso de las profecías auto-validadas

El análisis económico del día. Al equipo económico suele resultarle atractivo el argumento de las profecías auto-validadas como causa de resultados económicos adversos.

Tal vez porque permite desligar responsabilidades y culpar a los medios por tales profecías.

Pero las profecías auto-validadas no se producen en cualquier contexto.


El equipo económico suele recurrir al argumento de las profecías auto-validadas para explicar resultados económicos no deseados.

Lo hizo en varias oportunidades el Ministro Kicillof, y lo hizo esta semana el Secretario de Comercio, Augusto Costa, para justificar la falta de tampones. Refirió “una especie de corrida contra el tampón”, haciendo una analogía con las corridas bancarias.

Su argumento fue que las consumidoras, al prever desabastecimiento, corren a comprar, generando el desabastecimiento que temían.

Es probable que haya dos motivos por los cuales este tipo de argumentos le resulte atractivo al equipo económico.

El primer motivo es que invocar profecías auto-validadas es una forma de desligar responsabilidades. Permite argumentar que no hay ningún problema de fondo, mucho menos una política económica equivocada, sino un surgimiento casi mágico de ciertas profecías que inducen comportamientos que las validan, generando así resultados negativos que, sin tales profecías, nunca habrían ocurrido.

El segundo motivo es que el argumento de las profecías auto-validadas permite culpar a los medios de comunicación por haber promovido artificialmente tales profecías.

En el caso de los tampones, no es que los medios reflejaran el desabastecimiento, sino que este se produjo, según Costa, por lo que difundieron previamente, de manera intencionada, los medios.

Estos dos motivos, tal vez algún otro adicional, llevan a exagerar la posibilidad de que se produzcan profecías auto-validadas. Distorsionando así la naturaleza del fenómeno.

Las profecías auto-validadas son menos frecuentes de lo que son citadas por los economistas del Gobierno.

Porque no se producen en cualquier contexto.

No ocurren en un sistema bancario con un banco central que pueda actuar como prestamista de última instancia. Quienes hagan en ese contexto la profecía de que los bancos tendrán problemas y corran a sacar sus depósitos, se encontrarán con que los bancos son asistidos por el banco central y, por lo tanto, descubrirán que no tuvo sentido retirar los depósitos. Habrán sido profecías no auto-validadas.

No ocurren en un mercado cambiario en el cual el banco central tenga suficientes reservas y decisión de usarlas para contener cualquier corrida. Quienes hagan allí la profecía de que las autoridades monetarias tendrán que devaluar ante una corrida y corran entonces a comprar dólares, se encontrarán con que el banco central vende todos los dólares que haga falta, evitando así una devaluación (Néstor Kirchner lo comprendía muy bien). Descubrirán entonces que no tuvo sentido correr a comprar dólares, e incluso que perdieron dinero. Otro caso de profecías no auto-validadas.

No suelen ocurrir en mercados de bienes de consumo, y mucho menos en el de bienes importados, en los cuales es posible importar rápidamente cualquier producto en caso de rápida caída de stocks.

Quienes hagan allí la profecía de que habrá desabastecimiento ante una corrida y corran entonces a comprar el producto, se encontrarán con que las empresas utilizan primero sus stocks y, rápidamente, comienzan a gestionar importaciones para recomponerlos, sin llegar en ningún momento al temido desabastecimiento. Descubrirán entonces que no tuvo sentido correr a comprar el producto. Otro caso más de profecías no auto-validadas.

Y la lista de ejemplos podría seguir.

Eso explica el hecho curioso de que, allí donde se hace visible la ineficiencia de las restricciones a las importaciones, el Secretario Costa vea algo parecido a una corrida bancaria.

El análisis económico del día. Por Gastón Utrera.

Notas relacionadas:

La absurda corrida según Costa. Click aquí.

1 minuto: Absurda “corrida contra el tampón”. Click aquí.