Por qué fracasa el monetarismo para bajar la inflación

La actual política anti-inflacionaria fue anunciada, hace ya más de seis meses, en septiembre de 2018, en ocasión de la presentación del segundo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI), con lógica de libro de texto: si el exceso de emisión de dinero genera inflación, entonces frenar la emisión de dinero debería hacerla desaparecer.

Se trata de una idea que tuvo su apogeo hace 40 años, luego de que el economista norteamericano Milton Friedman recibiera el premio Nobel de Economía en diciembre de 1976. De hecho, este economista fue el autor de la frase que hoy repiten hasta el cansancio muchos economistas argentinos: “la inflación es en todo momento y lugar un fenómeno monetario”.

Una política anti-inflacionaria basada en estas ideas monetaristas ya fracasó en Argentina. En julio de 1977, con José Alfredo Martínez de Hoz en el Ministerio de Economía y Alfredo Diz como presidente del Banco Central (este último venía de estudiar en Chicago, justamente con Milton Friedman), se aplicó una política monetarista, basada en el diagnóstico de que el exceso de emisión de dinero era el culpable de la muy elevada inflación (160% anual) y la consecuente prescripción de aplicar una fuerte restricción monetaria para reducirla rápidamente.

Un año después, luego del Mundial ’78, la Junta Militar le pidió a Martínez de Hoz un nuevo plan económico, ya que el original había fracasado: inflación del 170% anual, tasas de interés altísimas, caída de la actividad económica y atraso cambiario. Al nuevo plan no le fue mucho mejor: fue la famosa “tablita cambiaria”, anunciada en diciembre de 1978, pero esa es otra historia[1].

Volviendo a comienzos de 2019, luego de medio año de fuerte restricción monetaria (emisión cero), algo ha fallado, porque la inflación continúa en niveles muy elevados, incompatibles con la lógica monetarista.

En efecto, mientras la “promesa” del plan económico era que, apenas comenzara 2019, la inflación caería drásticamente, producto de la restricción monetaria (a fin de cuentas, si la inflación es un fenómeno monetario, sin emisión de dinero no debería haber inflación), la inflación terminó siendo del 2.9% mensual en enero, del 3.8% mensual en febrero, tal vez cerca del 4% mensual en marzo (dato que estará disponible al momento de leer esta nota) y expectativas de valores similares para el segundo trimestre del año.

El monetarismo como dogma

En cualquier disciplina con pretensión de pensamiento científico, que la realidad no coincida con la teoría debería motivar una revisión de esta última. Aunque parezca absurdo, esto suele no ocurrir entre los economistas, con un razonamiento extraño: si la realidad no coincide con la teoría, la equivocada es la realidad, que en algún momento tiene que acomodarse a la teoría.

Esto es muy común entre los economistas que se autodenominan monetaristas, que en general adhieren al monetarismo como si fuera un dogma, con un fanatismo impropio del pensamiento científico que, ante la obstinación con que la realidad se resiste a amoldarse a la teoría, terminan buscando acomodar los datos de la realidad para que “cuadren” lo mejor posible con la teoría.

En este sentido, algunos monetaristas plantean que habría que considerar a los intereses de las Leliq como si fueran emisión de dinero (no lo son, a menos que el Banco Central emita dinero para pagarlos, cosa que todavía no está ocurriendo). Otros postulan una cuestión de rezagos: no emitir dinero efectivamente reduce la inflación, pero suele hacerlo con retraso. Hay que insistir entonces hasta que la realidad se acomode a la teoría.

El Banco Central viene actuando como si adhiriera a esta postura. Ante el fracaso de la medicina contra la inflación, aumentó la dosis, extendiéndola hasta final de año. Es decir, emisión cero a lo largo de todo 2019.

Cualquier persona no intoxicada con dogmas monetaristas, que preste atención al modo como se toman decisiones de precios y salarios en el mundo real, puede comprender qué ocurre: un proceso circular por el cual salarios suben porque suben los precios, y luego precios suben porque suben los salarios, transformando a la inflación en un proceso resistente a la medicina monetarista.

Hay economistas que plantean que esto no es posible ya que, en medio de una fuerte recesión, las empresas no tienen posibilidad de trasladar costos a precios, porque el mercado no los convalida. Pero, en realidad, cuando se acaban los márgenes comerciales en los distintos sectores de actividad (cosa que ya ocurrió en la mayoría de ellos), las empresas dejan de tener disponible la opción de trasladar o no hacerlo. La verdadera opción pasa a ser trasladar costos a precios o cerrar, por imposibilidad de sostener el negocio cobrando precios por debajo de costos. Si esto no ocurriera, sería difícil entender la historia económica argentina durante la década del ’80, con aceleración de la inflación en medio de feroces recesiones.

Este proceso circular se acelera luego de fuertes subas del tipo de cambio, por su cada vez más rápido traslado a precios internos. En contextos de estabilidad, las subas del tipo de cambio se trasladan a los precios internos de los productos transables (importados o exportables, como la mayoría de los alimentos), pero no a los precios del resto de los bienes, no vinculados al comercio exterior. En contextos de muy alta inflación, las subas del tipo de cambio se trasladan rápidamente a todos los precios internos, porque la formación de precios termina, cuando ya casi no quedan referencias válidas, indexada al dólar. En situaciones intermedias, el precio del dólar no se traslada automáticamente a todos los precios internos, pero sí lo hace con relativa velocidad a la mayoría de ellos.

Desde comienzos de 2010, hace más de nueve años, la inflación se sostiene en niveles elevados por aquellos procesos circulares de salarios que suben porque suben los precios y precios que suben porque suben los salarios, con aceleraciones luego de cada devaluación, como en 2014, 2016 y 2018, haciendo impotentes a las políticas monetaristas para bajar la inflación.

Desde fines de 2018 se agrega tal vez un traslado más extendido del dólar a los precios, lo que explica la aceleración de la inflación en los últimos meses.

Se trata de una dinámica preocupante cuando se intenta una flotación dentro de amplias bandas cambiarias, inviable en una economía que puede pasarse rápidamente de pesos a dólares en medio de un año electoral, generando así el riesgo de nuevos saltos en la cotización del dólar que sigan presionando sobre la inflación.

Convendría pensar que si la realidad, como viene ocurriendo, no coincide con las teorías tradicionales sobre la inflación, tal vez las equivocadas sean éstas últimas.

Gastón Utrera. Presidente de Economic Trends S.A.

Columna publicada en la edición de mayo de la Revista Colsecor

[1] Ambos planes, muy bien descriptos en el gran libro de historia económica argentina “El ciclo de la ilusión y el desencanto” de Pablo Gerchunoff y Lucas Llach.